En agosto de 1990, Irak, liderado por Saddam Hussein, invadió Kuwait, motivado por cuestiones territoriales y económicas. Era el punto de partida para la Guerra del Golfo, que comenzaría en enero del año siguiente, con la entrada de una coalición internacional - donde estaba incluido Portugal - en la guerra. A pesar de haber durado solo cinco semanas, una de las principales tragedias de este conflicto, además de la pérdida de vidas humanas de ambos lados, fue el impacto desastroso para con el medio ambiente.
Durante la guerra, con miedo a un ataque por vía marítima por parte de la coalición internacional, las fuerzas iraquíes utilizaron los oleoductos de Kuwait para verter petróleo en el Golfo Pérsico y, así, evitar cualquier posibilidad de agresión proveniente del mar. En lo que se conoció como uno de los mayores derrames de petróleo de la historia, se lanzaron, intencionadamente, más de 1,3 millones de toneladas de petróleo al mar, lo que causó daños catastróficos e irreversibles a la fauna y flora del lugar, y perjudicó más de 700 kilómetros de territorio costero y sus respectivas comunidades, afectando, sobre todo, a Kuwait y Arabia Saudita.
La respuesta internacional a este derrame - considerado un crimen de terrorismo ambiental - fue rápida. Sin embargo, los intereses económicos hicieron que los esfuerzos de limpieza, que durarían años, se centraran en la recuperación del petróleo en alta mar, para que pudiera ser reutilizado, dejando de lado la limpieza de las playas y de la región costera, severamente afectada.
Aun así, a pesar de la dimensión trágica del derrame, algo tan malo o peor estaba por venir. Al verse obligado a abandonar el territorio kuwaití, Saddam Hussein ordenó a sus tropas que, durante la retirada, incendiaran todos los pozos de petróleo que consiguieran por el camino. En un acontecimiento que quedó conocido como Incendios en Kuwait, cerca de 700 pozos de petróleo fueron incendiados intencionadamente, como parte de una táctica de tierra arrasada.
Algunos de estos incendios tardaron 9 meses en ser extinguidos y las consecuencias ambientales son inmensas. La contaminación del aire fue una de las principales consecuencias de estos incendios, debido al humo y a la liberación de gases tóxicos y partículas finas a la atmósfera. Las nubes de humo podían ser vistas desde el espacio y, en tierra, el desierto de Kuwait quedó cubierto de hollín, siendo descrito por Larry Radke, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de los Estados Unidos de América, como “(...) pintado de negro”.

Además, a pesar de que no existe una estimación exacta sobre la cantidad, la quema masiva de petróleo ha provocado que se liberen en la atmósfera dosis inimaginables de dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero.
Por último, uno de los aspectos más graves fue la contaminación de las aguas. El derrame de petróleo en ríos, lagos y acuíferos subterráneos contaminó diversas fuentes de agua, recurso que, por sí solo, ya es escaso en la región. Todo esto contribuyó a la destrucción de la biodiversidad, con la muerte de muchos animales y con daños extensos a la vegetación local.
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